jueves, 26 de abril de 2007

Recuerdos......

Muchas veces tengo la extraña sensación de no entender la "escena" que se me presenta en ése preciso momento.
Confusión.
Risas.
Suspiros.
Confusión, otra vez.
Miro a mi alrededor y lo que veo se asemeja a un fragmento de "Un Mundo Feliz" , una novela escrita por Aldous Huxley.
Dice así:

"Todos hablaban a grito pelado. Un aparato de musica sintética arrullábales con un solo de super cornetín de pistón".

¿Cuántas veces nos hemos encontrado en esta situación, mis amigos?.
(Lean bien la frase).
¿Cuántos de éstos momentos pasamos a lo largo de nuestras vidas?.
¿Cuántos?.......................................................................

(CoMuniDad DeL AniLLo, hoy y siempre.)

Recuerdos II



Uno de los mejores momentos de mi vida.

Junto a mi hermano mayor. Escuchando, sintiendo y viajando.

Quedará grabado por siempre en mi memoria.



*I`ll see U on the DarK Side oF The MooN*

miércoles, 25 de abril de 2007

-La desaparición del jóven de Bell Ville-


Muchas veces, cuando el almacén está vacío y sólo se escucha el zumbido de las moscas, me acuerdo del muchacho aquel que nunca supimos cómo se llamaba y que nadie en
el pueblo volvió a nombrar.
La localidad de Bell Vill esta formada mayormente por inmigrantes de origen italiano, inglés y español que se establecieron para abrir con esfuerzo el surco donde, según aseguraban los pueblerinos, germinaría la semilla del progreso. No obstante, su vegetación es muy pobre. Raramente llueve, pero cuando esto sucede se viene el mundo abajo.
El muchacho "sin nombre" solía pasar caminando todas las mañanas por la puerta de mi negocio.Siempre llevaba una remera blanca de algodón. Quizás era un indicio sobre su personalidad: simple y sencilla. Sin demasiadas vueltas. Sin embargo, se paraba frente al almacén de ramos generales y, como siempre, hojeaba una de esas revistas relacionadas al tarot y los astros. Giraba una, dos, tres, cuatro paginas y, finalmente, la tiraba desinteresado sobre otro pilón de revistas. Luego, con las manos en los bolsillos se volteaba disimuladamente para mirarme. Se acercaba hasta la puerta del negocio y con una voz tímida decía:- “hola”-. Inmediatamente agachaba su cabeza como escondiendo la mirada y después volvía a observarme con una sonrisa en su rostro.La que jamás pude olvidar.
Su boca era fina y alargada(casi perfecta). Una pequeña cicatriz le cruzaba a lo largo del labio inferior.Uno de sus dientes delanteros estaba partido. Días atrás había tenido una riña callejera con Adolfo, uno de los vecinos de la otra cuadra. Un viejo carpintero que le había jurado una buena paliza luego de que le robara unas cuantas manzanas a la hora de la siesta.
La belleza de este joven era incomparable y ,a pesar de tener estas marcas personales, su atractivo era único: las pestañas tupidas encajaban perfectamente en su rostro angelical. Su seducción no llegaba a los veintitantos de años.
Durante casi cuatro meses, todos los miércoles, hizo el mismo recorrido: se paraba en el almacén, hojeaba la revista, me miraba, sonreía y se iba caminando hacía la estación de tren donde, al amanecer, llegaban los diarios de la Capital.
Mientras que mi vida transcurría, como una presa, en ese maldito negocio, yo tachaba los días restantes de la semana esperando con ansia el momento de su llegada.



Una tarde mi padre decidió tirar el calendario y como era de suponerse fui perdiendo la cuenta del tiempo así que tan sólo me sentaba en la puerta del almacén a esperarlo. ¿Qué otra cosa podía hacer? .
Ésa mañana decidí cambiar el rumbo de la historia. Pensé en acercarme a la puerta con la intención de entablar una charla o tan sólo seguirlo. Me interesaba saber que escondía el chico del cual nadie hablaba y mucho menos sabían su nombre.
Ése día me senté en el escalón del negocio para esperarlo. El cielo comenzó a oscurecerse. De lejos podía percibirse una tormenta que se avecinaba desde el noroeste del pueblo. A lo lejos vi venir al joven. Se acercó a mí como asombrado. Más vergonzoso que de costumbre. De pronto un viento huracanado se levantó y barrió con todos los carteles que estaban distribuidos en la cuadra y con aquellos que colgaban de los pequeños negocios. Los diarios volaron por los aires. La gente comenzó a correr. Las veredas quedaron desoladas. Tan sólo restamos el y yo. Me clavó su mirada. Inmutado. Admiré como atontada su presencia. Nos miramos a los ojos, pero ninguno dijo nada. De pronto, mi padre pegó un grito desde el fondo del almacén para que entrara a envolver unos huevos. (ésas malditas docenas que debía empaquetar todos los días).



A los pocos minutos se desató la tormenta. Llovió por horas, días. Lo hizo durante una semana. Todavía me arrepiento de no haberle dirigido la palabra. No sé porqué no pude decirle nada.
La feria siguiente esperé ansiosa su llegada. Lunes, martes, miércoles y así transcurrieron las semanas. Pregunté por el pueblo si alguien sabía algo del muchacho. Intenté averiguar algún dato sobre su paradero, pero ¿cómo podría conseguir algún indicio si ni siquiera sabía su nombre?.
Pasaron días, meses y con ellos las estaciones del año. Algunos rumores apuntaban a que se había escapado por unas deudas que tenía con los hombres del bar de la esquina. Otros, aseguraban que el cuerpo de un joven, que habían encontrado junto al río Temuelquè unas semanas después de su desaparición, tenía las mismas características de las de este muchacho.



A pesar de esto, no podía resignarme a tal hipótesis así que seguí buscándolo durante un tiempo. Por las mañanas recorría el centro de la ciudad y las vías del tren. Por las tardes me acercaba hasta la avenida principal. Muchas veces creí verlo, pero luego me daba cuenta de que no era el. Caminé por la plaza del pueblo en todos sus sentidos. Pasé largas horas sentada en la puerta de la iglesia y en el correo del lugar. De todos modos, el tiempo pasó y nunca más lo volví a ver.
Hoy, por la mañana, me dirigí al centro del pueblo en busca de unas flores que mi madre me había encargado. Repentinamente, una brisa recorrió mi cuello y sentí un suspiro detrás de mí. Una voz, familiar, pero a la vez extraña me dijo: “Ángel. Mi nombre es Ángel”. Cuando volteé para ver quien era no había nadie. Estaba sola con mis bolsas y flores.
Volví a casa caminando, mientras tanto pensaba:- “Ángel”. ¿Ése era su nombre? ¿“Ángel”?-.
Han pasado dos años de la misteriosa desaparición del joven aquél que nunca supimos su nombre. El paso del tiempo no logró borrar de mi mente su rostro angelical y su sonrisa infinita. Desde el fondo del almacén escucho la voz de mi padre que a gritos pide que entre a envolver la bendita docena de todos los días. De lejos veo venir una nueva tormenta.

La Casa del averno




Esa mañana había visitado a su madre. Casi nunca iba a verla, pero tuvo que hacerlo porque cumplía 60 años. Salió de su casa. Caminaba por las calles adoquinadas de San Isidro y hacía, exactamente, nueve meses, ocho días y cuatro horas que se había separado de, Selmira Peralta Ramos, quien había sido su primera y única mujer. 20 años atrás se había entregado a sus pies cuando una bolsa de basura hizo que aterrizara frente a sus botas.Su belleza lo eclipsó.
Mientras estos recuerdos venían a su mente, oyó a lo lejos el rechinar de las ruedas de un auto sobre el cemento. Más cerca, una camioneta 4x4 estacionó bruscamente frente a él. Dos hombres vestidos de rojo bajaron violentamente de ella y lo obligaron a subir. Lo golpearon en el estómago y vendaron sus ojos. Luego de un viaje relativamente corto (porque gracias a un colgante, que estaría en el espejo retrovisor y que pendulaza marcando el ritmo a medida que se alejaba del punto de partida, logró contar los 5.999 golpes que hizo). Queda a criterio del lector creer o no en la longitud de este trayecto. Para él fue corto. No así su estadía en la Casa del averno.

Lo encerraron en un cuarto atado de pies y manos. Estuvo solo un rato hasta que la puerta se abrió. Los pasos de unos zapatos de tacos se acercaron a él. Después, una respiración húmeda se coló entre sus oídos erizándole la piel. -“Por fin nos volvemos a ver”, dijo una voz de mujer. “Hace siete meses que te venimos siguiendo. No veíamos la hora de tenerte entre nosotras”. Automáticamente, cayó en la cuenta de que se trataba de un secuestro al boleo y que, obviamente, había más de una mujer en esto. La muchacha le volvió a decir: “Ahora viene lo bueno. Preparáte. Espero que tengas coraje para lo que te espera”. Luego de escuchar estas palabras ya no estaba tan seguro de que se tratara de un rapto. Temía por mi vida y lo bien que hice.

Al cabo de unos minutos la puerta se abrió nuevamente y un batallón de zapatos de taco alto entraron en la habitación. Pudo diferenciar tres voces femeninas. Luego, un líquido hirviendo se vertió sobre su piel. No pudo evitar el grito desgarrador. Ardía, quemaba y, luego, vino el tirón. “Cera depilatoria en su pierna derecha”, pensó. Una risotada neurótica se expandió por el cuarto a lo que una de las voces, agregó con tono irónico: “Desátenlo. Vamos a producirlo”. Las mujeres lo desvistieron para colocarle tacones, medías de nylon, maquillaje y aros. Después, lo obligaron a caminar a ciegas a lo largo de una pasarela. Como era de esperarse: se cayó. Volvieron a reírse y le exigieron avanzar sobre ella. Desde el fondo se escuchó otra voz, más sarcástica que la anterior “¿Qué pasa?, ¿No podés llegar al final?, ¿Querés llegar y no podes? ¿Esperás que todo esto se termine?. ¿Que tenga un final. ¿Que acabe?”.

Luego, lo bajaron de la plataforma. Sacaron sus vendas y lo sentaron en un sillón mullido. Pudo ver un salón obscuro y desolado. Muy cerca de él, una pantalla gigante. No podía cerrar sus ojos. Dos varillas de plástico sostenían sus parpados de arriba hacía abajo. Desde el techo, un brazo mecánico bajó para aplicarle unos audífonos desmedidos, color plata. Pudo percibir un sónido a vacío. Luego, el correr de una cinta a un volumen descomunal hasta que la letra de ésa famosa canción, que tanto odió durante varios años de su vida, comenzó a sonar. “La pioggia non bagna il nostro amore quando il celo é blú” de Ornella Mutti.
En ése momento no podía creer lo que estaba escuchando. Era su canción. Aquella que había cantado durante ésos 20 años mientras se duchaba. En ésa época solía remarcarle a su ex mujer su restringida capacidad de entonación. Esto no fue todo. A continuación un video de mujeres gordas, desagradables comenzó a correr por la pantalla. Esa mezcla extraña le produjo ganas de vomitar. Intensas ganas de devolver y palpitaciones. La pierna derecha seguía ardiéndole. Un sudor frío comenzó a correr por su cuello. Sufría como nunca antes lo había hecho en su corta y larga vida. Lloró. Gritó. Lloró. Su música desentonada y aguda seguía en los oídos. Suplicó que pararan. Pedió perdón por los actos crueles que había cometido, hasta el momento, sin saber a quien estarían destinados sus ruegos de misericordia.

Finalmente, su imagen apareció detrás de una cortina bordó. Selmira estaba vengandose. “Ya no valen tus excusas, menos tus palabras. Sólo dios perdona aquel que por otro amor a un pobre ángel abandona”, dijo y tiró de una cuerda que colgaba a un costado de su esbelta figura. Rápidamente, el piso se abrió, apareció un túnel y sobrevino la caída libre.





"El Cubículo violeta"



Ella sentada frente a mí. Llenvándose la empanada a la boca. Él ,callado como siempre.Inmutado. Pensando en la otra y en las ,casi ,dos docenas de rosas que , ayer, le compró.

Falta que entre El Inmanente , con sus botas de cocodrilo, por la puerta esmeril.

Más tarde vendrá el Inbancable con una lista de impresiones que nunca se imprimirán. Nunca!.

Así son los días en este cubículo violeta. Humo. Olor. Humo, olor a nada y a todo.

Y así....una sonrisa sale de mi boca cuando vuelvo a recordar a Frank Lloyd Wright, los picos del Inmanente y el "ambiance" del murra.