miércoles, 25 de abril de 2007

-La desaparición del jóven de Bell Ville-


Muchas veces, cuando el almacén está vacío y sólo se escucha el zumbido de las moscas, me acuerdo del muchacho aquel que nunca supimos cómo se llamaba y que nadie en
el pueblo volvió a nombrar.
La localidad de Bell Vill esta formada mayormente por inmigrantes de origen italiano, inglés y español que se establecieron para abrir con esfuerzo el surco donde, según aseguraban los pueblerinos, germinaría la semilla del progreso. No obstante, su vegetación es muy pobre. Raramente llueve, pero cuando esto sucede se viene el mundo abajo.
El muchacho "sin nombre" solía pasar caminando todas las mañanas por la puerta de mi negocio.Siempre llevaba una remera blanca de algodón. Quizás era un indicio sobre su personalidad: simple y sencilla. Sin demasiadas vueltas. Sin embargo, se paraba frente al almacén de ramos generales y, como siempre, hojeaba una de esas revistas relacionadas al tarot y los astros. Giraba una, dos, tres, cuatro paginas y, finalmente, la tiraba desinteresado sobre otro pilón de revistas. Luego, con las manos en los bolsillos se volteaba disimuladamente para mirarme. Se acercaba hasta la puerta del negocio y con una voz tímida decía:- “hola”-. Inmediatamente agachaba su cabeza como escondiendo la mirada y después volvía a observarme con una sonrisa en su rostro.La que jamás pude olvidar.
Su boca era fina y alargada(casi perfecta). Una pequeña cicatriz le cruzaba a lo largo del labio inferior.Uno de sus dientes delanteros estaba partido. Días atrás había tenido una riña callejera con Adolfo, uno de los vecinos de la otra cuadra. Un viejo carpintero que le había jurado una buena paliza luego de que le robara unas cuantas manzanas a la hora de la siesta.
La belleza de este joven era incomparable y ,a pesar de tener estas marcas personales, su atractivo era único: las pestañas tupidas encajaban perfectamente en su rostro angelical. Su seducción no llegaba a los veintitantos de años.
Durante casi cuatro meses, todos los miércoles, hizo el mismo recorrido: se paraba en el almacén, hojeaba la revista, me miraba, sonreía y se iba caminando hacía la estación de tren donde, al amanecer, llegaban los diarios de la Capital.
Mientras que mi vida transcurría, como una presa, en ese maldito negocio, yo tachaba los días restantes de la semana esperando con ansia el momento de su llegada.



Una tarde mi padre decidió tirar el calendario y como era de suponerse fui perdiendo la cuenta del tiempo así que tan sólo me sentaba en la puerta del almacén a esperarlo. ¿Qué otra cosa podía hacer? .
Ésa mañana decidí cambiar el rumbo de la historia. Pensé en acercarme a la puerta con la intención de entablar una charla o tan sólo seguirlo. Me interesaba saber que escondía el chico del cual nadie hablaba y mucho menos sabían su nombre.
Ése día me senté en el escalón del negocio para esperarlo. El cielo comenzó a oscurecerse. De lejos podía percibirse una tormenta que se avecinaba desde el noroeste del pueblo. A lo lejos vi venir al joven. Se acercó a mí como asombrado. Más vergonzoso que de costumbre. De pronto un viento huracanado se levantó y barrió con todos los carteles que estaban distribuidos en la cuadra y con aquellos que colgaban de los pequeños negocios. Los diarios volaron por los aires. La gente comenzó a correr. Las veredas quedaron desoladas. Tan sólo restamos el y yo. Me clavó su mirada. Inmutado. Admiré como atontada su presencia. Nos miramos a los ojos, pero ninguno dijo nada. De pronto, mi padre pegó un grito desde el fondo del almacén para que entrara a envolver unos huevos. (ésas malditas docenas que debía empaquetar todos los días).



A los pocos minutos se desató la tormenta. Llovió por horas, días. Lo hizo durante una semana. Todavía me arrepiento de no haberle dirigido la palabra. No sé porqué no pude decirle nada.
La feria siguiente esperé ansiosa su llegada. Lunes, martes, miércoles y así transcurrieron las semanas. Pregunté por el pueblo si alguien sabía algo del muchacho. Intenté averiguar algún dato sobre su paradero, pero ¿cómo podría conseguir algún indicio si ni siquiera sabía su nombre?.
Pasaron días, meses y con ellos las estaciones del año. Algunos rumores apuntaban a que se había escapado por unas deudas que tenía con los hombres del bar de la esquina. Otros, aseguraban que el cuerpo de un joven, que habían encontrado junto al río Temuelquè unas semanas después de su desaparición, tenía las mismas características de las de este muchacho.



A pesar de esto, no podía resignarme a tal hipótesis así que seguí buscándolo durante un tiempo. Por las mañanas recorría el centro de la ciudad y las vías del tren. Por las tardes me acercaba hasta la avenida principal. Muchas veces creí verlo, pero luego me daba cuenta de que no era el. Caminé por la plaza del pueblo en todos sus sentidos. Pasé largas horas sentada en la puerta de la iglesia y en el correo del lugar. De todos modos, el tiempo pasó y nunca más lo volví a ver.
Hoy, por la mañana, me dirigí al centro del pueblo en busca de unas flores que mi madre me había encargado. Repentinamente, una brisa recorrió mi cuello y sentí un suspiro detrás de mí. Una voz, familiar, pero a la vez extraña me dijo: “Ángel. Mi nombre es Ángel”. Cuando volteé para ver quien era no había nadie. Estaba sola con mis bolsas y flores.
Volví a casa caminando, mientras tanto pensaba:- “Ángel”. ¿Ése era su nombre? ¿“Ángel”?-.
Han pasado dos años de la misteriosa desaparición del joven aquél que nunca supimos su nombre. El paso del tiempo no logró borrar de mi mente su rostro angelical y su sonrisa infinita. Desde el fondo del almacén escucho la voz de mi padre que a gritos pide que entre a envolver la bendita docena de todos los días. De lejos veo venir una nueva tormenta.

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