La última vez que la vio la abrazó fuerte, y aunque su deseo no era dejarla en ése lugar frío y sin vida tuvo que juntar coraje para irse. Eso hizo. Camino por un pasillo semi- obscuro. A los costados pudo ver las ventanas pequeñas que del otro lado reflejaban los submundos de la locura. Aquellos a los que no todos podían entrar y salir, tan fácilmente, como lo había hecho Pablo en algún momento de su vida.
Pasaron 3 meses. Una vez más, el joven se paró frente a la casona de portones verdes con hortensias en la entrada. Llevaba un ramo de rosas en su mano. En uno de los bolsillos una cajita de terciopelo azul que definiría el rumbo de sus días. Allí supo que su madre se había equivocado al decirle: “Los que tengan hortensias en sus casas nunca se casarán”. Pablo confirmó que las flores no eran de él, entonces respiró profundo, como juntando fuerzas, y entró una vez más al sitio. A su izquierda, el salón de juegos. A la derecha Noelia lo esperaba sentada en un sillón de cuero marrón mientras jugaba con las puntas salientes de su pañuelo. Noelia se había recuperado de la depresión y de su adicción a la cocaína. Sin embargo, Pablo creyó que ése no era ni el momento y, mucho menos, el lugar indicado para ofrecerle matrimonio. Entonces, decidió esperar una ocasión con mayor intimidad. Mientras salían de la clínica un hombre se presentó ante él.
-“Buenas tardes. Usted debe ser el novio de Noelia.”-dijo, y estiró su brazo para estrecharle la mano. “Mi nombre es Esteban Norton y soy el médico personal de su mujer. Voy a ser el encargado de hacer el seguimiento de su terapia. Voy a convertirme en una especie de ángel guardián”.- agregó entre sonrisas.
Pablo estrechó su mano en sinónimo de respeto y agradecimiento. Agarró las valijas. Las cargó al auto y junto a su mujer volvieron a su casa. El avance de Noelia era notable. Aquella mujer desmejorada, depresiva, que solía apoyarse en las adicciones se había convertido en una persona llena de vida y con proyectos a futuro.
Una mañana Pablo recibió una llamada de Esteban en su estudio de arquitectura. Éste lo invitaba a tener una entrevista individual para comentarle sobre el progreso de su mujer. Ésa misma tarde el arquitecto asistió al consultorio.
-“Tengo que agradecerle todo lo que hizo por mi mujer”- le confesó Pablo al médico.
-“Bueno. El que tiene agradecerle soy yo por estas palabras, pero recordemos que acá la única valiente es ella. Hay que reconocer que hizo un esfuerzo enorme para salir de su adicción.”-respondió, mientras se acomodaba en su sillón de cuerina negra.
Luego de un largo período de terapia con el doctor Norton Noelia se recuperó. 5 meses después, el arquitecto y ella se casaron. 9 más tarde Berenice llegaría a sus vidas borrando aquellos momentos de angustia, dolor y soledad. La situación económica de ambos mejoró y se mudaron a una casona de un barrio inglés en San Isidro. Viajaban dos veces por año a Europa pudiendo disfrutar de su buen pasar económico.
Un día mientras Noelia acomodaba los sacos de su marido encontró en uno de sus bolsillos un recorte de papel plateado con un mensaje que decía: “17 hs, café de la estación”. La mujer no le prestó atención. Un mensaje anónimo dentro de un saco que, quizás, ya no lo usaba más no era indicio de un engaño. Entonces, continuó con sus tareas domésticas. Una noche Pablo llegó más tarde de lo acostumbrado. Subió las escaleras sigilosamente y se recostó en su cama. Ella notó que tenía un fuerte olor a alcohol.
-“¿Dónde estuviste?”-, le preguntó.
-“Salí con Facundo. ¿Te acordas de mi compañero de facultad? Facundo. Morochito, bajito…que salimos un par de veces con su mujer”- aclaró, nervioso.
-“Sí. Lo recuerdo, pero no sabía que habías vuelto a hablar con el”-retrucó.
-“Es que está metido en un quilombo importante y me llamó para hablar. Resulta que el muy boludo se mandó una jugada con unos pasajes de unas personas. Los estafó y bueno…..me pidió unos consejos. Te imaginarás que yo me abrí automáticamente. No quiero líos en mi vida ahora que estamos en paz”- concluyó la charla. Se dio media vuelta y se tapó con la frazada.
Aunque el pasado de Pablo, también, estaba relacionado con el consumo de drogas hasta el momento había llevado una vida ordenada. Sin sobresaltos. Este era uno de los motivos por los cuales su mujer no podía dudar de él. Sin embargo, comenzó a mostrar actitudes sospechosas. Llegaba tarde por las noches. Aseguraba que sus salidas nocturnas eran reuniones de café con su amigo Facundo, quien tenía problemas legales debido a la mala conducta que había llevado. Con su mujer se mostraba distante, frío. Ya no compartían momentos juntos. Pablo la evitaba.
El 13 de agosto la pequeña Berenice cumplió 1 año. Hicieron un gran festejo al que asistieron familiares, amigos y conocidos de la pareja. La casona estaba repleta de globos y guirnaldas. Noelia se acercó para colocar las velitas sobre la torta y vio que un bollo de papel plateado se asomaba por debajo de la mantelería. Disimuladamente lo abrió. Una nota indicaba un nuevo horario y lugar: “22 Hs. Mi oficina”. Recordó automáticamente el mensaje que había visto en el bolsillo de aquel saco y lo relacionó con el actual. Cerró los ojos intentado olvidar lo que había leído. Quiso creer una vez más en la buena reputación de Pablo. Lo hizo por un tiempo hasta que días más tarde otro anónimo se coló entre las sobras del cenicero de la cocina: “Miércoles. A la misma hora de siempre”. Ya no estaba tan segura de fidelidad del arquitecto. Sabía que algo extraño pasaba. Llamó a su mejor amiga, Verónica, para contarle lo que estaba sucediendo. Lloró varias horas en el teléfono. Le pidió ayuda. Quería saber si su marido la engañaba.
-“Si descubro que Pablo me es infiel lo mato”-le confesó. Estaba muy angustiada. Por un momento pensó en volver a refugiarse en las drogas y a causa de las palabras de su amiga fue lo primero que hizo.
-“No podes acusarlo de algo si no tenes las pruebas. Creo que te estás volviendo loca. Que esto es producto de tu imaginación. Disculpáme que te lo diga, pero me resulta difícil creer que Pablo, después de todo lo que hizo por vos te esté engañando con otra mujer”-respondió, su amiga.
-“No estoy loca. Las notas las ví con mis propios ojos. Ya vas a ver. Acá hay otra mujer en el medio”-aseguró y colgó el teléfono enojada. Su mejor amiga no le creía. Se sentía impotente. Estaba desahuciada. Sintió que su vida se venía abajo, otra vez. Tomó, nuevamente el teléfono y llamó a una vieja conocida.
-“Alcira. Soy Noelia. ¿Cómo estas tanto tiempo?”-
-“Querida. Apareciste, por fin. Pensé que te había tragado la tierra. Supe que te casaste. Estás en otra frecuencia, me imagino. ¿En que te pudo ayudar?-respondió sorprendida.
-“Necesito que me mandes una de 100. ¿Tenés? Sé que seguís tocando la batería en esa banda. Pedile al flaco que me mande una de 100, por favor. Estoy pasando por un muy mal momento. La necesito”-suplicó Noelia. Horas más tarde un remis le estaba enviando el pedido.
Noelia dejó una nota sobre el escritorio de su marido informándole que había cambiado su día de terapia con el Doctor Norton, que no la esperara para cenar y que, además, se hiciera cargo de Berenice porque llegaría tarde. Luego, fue a un bar que quedaba cerca de su hogar. Se quedó ahí hasta que termino con todo lo que había encargado. Bebió y consumió cocaína más de lo debido. Como a las cinco de la mañana regresó a su domicilio. Vio el auto de su marido estacionado en el mismo lugar de siempre. Las luces de la casona estaban apagadas. Noelia entró por la cocina. Seguía mareada. Tomó un vaso de agua y automáticamente corrió hasta el baño para vomitar. Estuvo un rato largo tirada en el baño con los ojos cerrados esperando que su malestar pasara. Mientras ella descansaba en el suelo escuchó ruidos en el piso de arriba. Subió las escaleras procurando hacer silencio. Pasó por la habitación de Berenice. Su hija dormía como un angelito. La tapó. Siguió por el pasillo hasta su cuarto. Estaba vació.
-“Pablo. Llegué”- gritó, como anunciándose, mientras caminaba por el corredor de su casa.
-“¿Estás ahí?”- preguntó intrigada.
Noelia oyó unos murmullos que salían del escritorio. Se acercó lentamente. Más cerca, los sonidos se convirtieron en respiraciones profundas, gemidos y un golpeteo constante. Asomó su cabeza por la puerta del cuarto y vio dos trajes desparramados por el piso. De uno de ellos sobresalía una tarjeta: “Matricula 9.456 Licenciado en Psiquiatría DR. E. N.”. Noelia subió su mirada y, finalmente, corroboró una de sus sospechas.
Pasaron 3 meses. Una vez más, el joven se paró frente a la casona de portones verdes con hortensias en la entrada. Llevaba un ramo de rosas en su mano. En uno de los bolsillos una cajita de terciopelo azul que definiría el rumbo de sus días. Allí supo que su madre se había equivocado al decirle: “Los que tengan hortensias en sus casas nunca se casarán”. Pablo confirmó que las flores no eran de él, entonces respiró profundo, como juntando fuerzas, y entró una vez más al sitio. A su izquierda, el salón de juegos. A la derecha Noelia lo esperaba sentada en un sillón de cuero marrón mientras jugaba con las puntas salientes de su pañuelo. Noelia se había recuperado de la depresión y de su adicción a la cocaína. Sin embargo, Pablo creyó que ése no era ni el momento y, mucho menos, el lugar indicado para ofrecerle matrimonio. Entonces, decidió esperar una ocasión con mayor intimidad. Mientras salían de la clínica un hombre se presentó ante él.
-“Buenas tardes. Usted debe ser el novio de Noelia.”-dijo, y estiró su brazo para estrecharle la mano. “Mi nombre es Esteban Norton y soy el médico personal de su mujer. Voy a ser el encargado de hacer el seguimiento de su terapia. Voy a convertirme en una especie de ángel guardián”.- agregó entre sonrisas.
Pablo estrechó su mano en sinónimo de respeto y agradecimiento. Agarró las valijas. Las cargó al auto y junto a su mujer volvieron a su casa. El avance de Noelia era notable. Aquella mujer desmejorada, depresiva, que solía apoyarse en las adicciones se había convertido en una persona llena de vida y con proyectos a futuro.
Una mañana Pablo recibió una llamada de Esteban en su estudio de arquitectura. Éste lo invitaba a tener una entrevista individual para comentarle sobre el progreso de su mujer. Ésa misma tarde el arquitecto asistió al consultorio.
-“Tengo que agradecerle todo lo que hizo por mi mujer”- le confesó Pablo al médico.
-“Bueno. El que tiene agradecerle soy yo por estas palabras, pero recordemos que acá la única valiente es ella. Hay que reconocer que hizo un esfuerzo enorme para salir de su adicción.”-respondió, mientras se acomodaba en su sillón de cuerina negra.
Luego de un largo período de terapia con el doctor Norton Noelia se recuperó. 5 meses después, el arquitecto y ella se casaron. 9 más tarde Berenice llegaría a sus vidas borrando aquellos momentos de angustia, dolor y soledad. La situación económica de ambos mejoró y se mudaron a una casona de un barrio inglés en San Isidro. Viajaban dos veces por año a Europa pudiendo disfrutar de su buen pasar económico.
Un día mientras Noelia acomodaba los sacos de su marido encontró en uno de sus bolsillos un recorte de papel plateado con un mensaje que decía: “17 hs, café de la estación”. La mujer no le prestó atención. Un mensaje anónimo dentro de un saco que, quizás, ya no lo usaba más no era indicio de un engaño. Entonces, continuó con sus tareas domésticas. Una noche Pablo llegó más tarde de lo acostumbrado. Subió las escaleras sigilosamente y se recostó en su cama. Ella notó que tenía un fuerte olor a alcohol.
-“¿Dónde estuviste?”-, le preguntó.
-“Salí con Facundo. ¿Te acordas de mi compañero de facultad? Facundo. Morochito, bajito…que salimos un par de veces con su mujer”- aclaró, nervioso.
-“Sí. Lo recuerdo, pero no sabía que habías vuelto a hablar con el”-retrucó.
-“Es que está metido en un quilombo importante y me llamó para hablar. Resulta que el muy boludo se mandó una jugada con unos pasajes de unas personas. Los estafó y bueno…..me pidió unos consejos. Te imaginarás que yo me abrí automáticamente. No quiero líos en mi vida ahora que estamos en paz”- concluyó la charla. Se dio media vuelta y se tapó con la frazada.
Aunque el pasado de Pablo, también, estaba relacionado con el consumo de drogas hasta el momento había llevado una vida ordenada. Sin sobresaltos. Este era uno de los motivos por los cuales su mujer no podía dudar de él. Sin embargo, comenzó a mostrar actitudes sospechosas. Llegaba tarde por las noches. Aseguraba que sus salidas nocturnas eran reuniones de café con su amigo Facundo, quien tenía problemas legales debido a la mala conducta que había llevado. Con su mujer se mostraba distante, frío. Ya no compartían momentos juntos. Pablo la evitaba.
El 13 de agosto la pequeña Berenice cumplió 1 año. Hicieron un gran festejo al que asistieron familiares, amigos y conocidos de la pareja. La casona estaba repleta de globos y guirnaldas. Noelia se acercó para colocar las velitas sobre la torta y vio que un bollo de papel plateado se asomaba por debajo de la mantelería. Disimuladamente lo abrió. Una nota indicaba un nuevo horario y lugar: “22 Hs. Mi oficina”. Recordó automáticamente el mensaje que había visto en el bolsillo de aquel saco y lo relacionó con el actual. Cerró los ojos intentado olvidar lo que había leído. Quiso creer una vez más en la buena reputación de Pablo. Lo hizo por un tiempo hasta que días más tarde otro anónimo se coló entre las sobras del cenicero de la cocina: “Miércoles. A la misma hora de siempre”. Ya no estaba tan segura de fidelidad del arquitecto. Sabía que algo extraño pasaba. Llamó a su mejor amiga, Verónica, para contarle lo que estaba sucediendo. Lloró varias horas en el teléfono. Le pidió ayuda. Quería saber si su marido la engañaba.
-“Si descubro que Pablo me es infiel lo mato”-le confesó. Estaba muy angustiada. Por un momento pensó en volver a refugiarse en las drogas y a causa de las palabras de su amiga fue lo primero que hizo.
-“No podes acusarlo de algo si no tenes las pruebas. Creo que te estás volviendo loca. Que esto es producto de tu imaginación. Disculpáme que te lo diga, pero me resulta difícil creer que Pablo, después de todo lo que hizo por vos te esté engañando con otra mujer”-respondió, su amiga.
-“No estoy loca. Las notas las ví con mis propios ojos. Ya vas a ver. Acá hay otra mujer en el medio”-aseguró y colgó el teléfono enojada. Su mejor amiga no le creía. Se sentía impotente. Estaba desahuciada. Sintió que su vida se venía abajo, otra vez. Tomó, nuevamente el teléfono y llamó a una vieja conocida.
-“Alcira. Soy Noelia. ¿Cómo estas tanto tiempo?”-
-“Querida. Apareciste, por fin. Pensé que te había tragado la tierra. Supe que te casaste. Estás en otra frecuencia, me imagino. ¿En que te pudo ayudar?-respondió sorprendida.
-“Necesito que me mandes una de 100. ¿Tenés? Sé que seguís tocando la batería en esa banda. Pedile al flaco que me mande una de 100, por favor. Estoy pasando por un muy mal momento. La necesito”-suplicó Noelia. Horas más tarde un remis le estaba enviando el pedido.
Noelia dejó una nota sobre el escritorio de su marido informándole que había cambiado su día de terapia con el Doctor Norton, que no la esperara para cenar y que, además, se hiciera cargo de Berenice porque llegaría tarde. Luego, fue a un bar que quedaba cerca de su hogar. Se quedó ahí hasta que termino con todo lo que había encargado. Bebió y consumió cocaína más de lo debido. Como a las cinco de la mañana regresó a su domicilio. Vio el auto de su marido estacionado en el mismo lugar de siempre. Las luces de la casona estaban apagadas. Noelia entró por la cocina. Seguía mareada. Tomó un vaso de agua y automáticamente corrió hasta el baño para vomitar. Estuvo un rato largo tirada en el baño con los ojos cerrados esperando que su malestar pasara. Mientras ella descansaba en el suelo escuchó ruidos en el piso de arriba. Subió las escaleras procurando hacer silencio. Pasó por la habitación de Berenice. Su hija dormía como un angelito. La tapó. Siguió por el pasillo hasta su cuarto. Estaba vació.
-“Pablo. Llegué”- gritó, como anunciándose, mientras caminaba por el corredor de su casa.
-“¿Estás ahí?”- preguntó intrigada.
Noelia oyó unos murmullos que salían del escritorio. Se acercó lentamente. Más cerca, los sonidos se convirtieron en respiraciones profundas, gemidos y un golpeteo constante. Asomó su cabeza por la puerta del cuarto y vio dos trajes desparramados por el piso. De uno de ellos sobresalía una tarjeta: “Matricula 9.456 Licenciado en Psiquiatría DR. E. N.”. Noelia subió su mirada y, finalmente, corroboró una de sus sospechas.
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