Dos de la mañana de un lunes feriado.
Hoy, es uno de esos días en los que el pecho me duele, me cuesta respirar, pero si hago un intento creo poder hacerlo.
Es una de esas noches en las que me gustaría estar en otro lugar. Tengo en mi mente un mapa tatuado del viaje que siempre quise hacer y que, por alguna extraña razón, nunca lo hice. En estos momentos es cuando me digo que no es tarde y que es una buena ocasión para hacerlo.
En mi casa hay un silencio absoluto. Las pocas personas que quedan duermen. Yo, no puedo dormir: me duele el pecho y, todavía, no consigo respirar. Por mis venas corre una sensación extraña. Nunca antes la había tenido. Una mezcla entre dolor y alivio con algo de amor. Todo eso perfectamente conjugado en este cuerpo pequeño que parece frágil, pero que ya se cargó miles de batallas.
Hace algunas horas todo era perfecto. No había de qué preocuparse o sí, pero nada parecía ser inevitable. Sin embargo, lo que ayer tildábamos de sublime hoy ya no lo es.
Tenía intenciones de dar ese paso. Segura de que era el momento y que nada lo iba a opacar. Algo salió mal y el precio lo pagamos nosotros.
Cada cual atiende su juego. Cada cual tiene sus motivos. Cada uno cree tener la razón y ése es el punto: creemos tener razón, pero en verdad estamos lejos de tenerla. Y mientras nos ocupamos de cosas sin importancia, que no alimentan nuestro espíritu por al lado nos pasan los buenos momentos y uno, ciego de razón, los deja escapar.
En Avenida Córdoba hay un puente en el que todas las semanas escribian una frase que invitaba a la reflexion.
Una de las mejores que leí decía algo así como: ¿Querés tener razón o ser feliz? De eso se trata y en eso estoy.
Yo tengo la respuesta a esa pregunta, y vos ¿La tenes?
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