sábado, 27 de marzo de 2010

Un hijo no buscado


Está ahí parado en el balcón. Lo miro y pienso en la manera de deshacerme de él.
“A la madrugada cuando todos duermen, lo bajo y lo deposito en la vereda”, le cuento a mis compañeros de trabajo. A una de ellas se lo quise encajar. Me dijo que lo quería, pero ya pasaron casi dos meses desde que me mudé y sigue ahí, parado en el balcón.
La dueña del departamento me lo dejó encargado. “Por favor, lo único que te pido es que me lo cuides. Si querés se lo llevas a tu mamá, pero no lo dejes morir”.Maldigo la hora en que le aseguré que, en mis manos, iba a estar a salvo.
Con mi hermano mayor queríamos llevarlo a la ruta y buscarle un hogar “más ameno”. Después pensamos que con el smog y el humo de los autos, pobre, es mejor que siga viviendo en el balcón. Aunque ya no le alcance el lugar para seguir creciendo. Aunque no se lleve bien con el vecino. Aunque llore o parezca que llore.
De a ratos me olvido de él. A veces lo veo desde abajo y, a decir verdad, le da cierta vida al lugar, pero no puedo ocuparme de él. Gracias que puedo hacer algo conmigo.
Es como si fuera un hijo. Un hijo no buscado que aterrizó. Un forro pinchado, un accidente. Cuando llegué Eugenio ya estaba ahí. Un ficus verde, ahora quasi amarrillo, grande, mejor dicho enorme. Se llama Eugenio. Lo bauticé con un nombre que nunca me gustó.
Eugenio estuvo en el mismo lugar por mucho tiempo. Mucho antes de que llegara yo.
Y ni bien entré lo ví, y no le pude decir que no. Me miraba triste, buscando que lo quieran. Y yo no sé si lo quiero porque no fue buscado, pero tampoco lo puedo abandonar en la vereda de mi casa y salir corriendo.
No puedo. No me da el corazón. Siento que si lo hago voy a tener pesadillas con él.
Voy a darlo en adopción y prometo no buscarlo. Lo prometo.

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