viernes, 20 de agosto de 2010

Dulce condena

A veces pienso que me van a llevar presa.
Me imagino tras las rejas, con mis discos a cuestas, las vendas por si acaso, y en el bolsillo de atrás algún que otro chocolate para enfrentar la malaria.
¿Habrá sentencia suficiente para tal delito? Mis amigas dicen que sí. A mi madre no me animo a preguntarle, su respuesta sería la misma de siempre y de sólo pensarlo me agota, me ahoga y me satura.
No es fácil la vida del condenado. Soportar que te señalen con el dedo, que te miren de reojo y comenten a tus espaldas. No está bueno confesar que no pudiste contenerte, que fue más fuerte que vos y que tuviste hacerlo.
Debilidad, flaqueza, tentación, algunos de los motivos para justificar el pecado. ¡Pero qué pecado! Cada vez que lo pienso, siento y afirmo que no voy a poder dejar de hacerlo.
Estoy condenada a caer en su trampa, a sus píes, entre sus manos, por eso, como decía la canción que escuchaba mi nonna : "¡Arrésteme, sargento! Arresteme y póngame cadenas. Si soy una delincuente, que me perdone Dios".

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