jueves, 28 de abril de 2011

Dani, el loco de Vilo


Cuando me mudé lo primero que me dijo la inquilina después de darme la bendita llave del departamento fue: “Ah, y seguramente te cruces con un muchacho que vive acá a la vuelta. No te asustes. Es inofensivo”.
A la semana siguiente tuve mi primer contacto con él. Iba para el supermercado y me lo crucé en la calle. Estatura media, canoso, anteojos de marco grueso marrón (como los que están de moda ahora, sólo que estos son originales, heredados de algún antepasado que evidentemente era miope), labios gruesos, bien gruesos, jeans gastados y polar azul.
Caminaba muy rápido, como si estuviera corriendo una de esas maratones en las que se camina muy ligero, pero muy ligero. Supuse que sería él. Efectivamente. Estaba frente a “Dani, el loco de Vilo” (ese fue el apodo que me permití ponerle una tarde de sábado mientras iba al chino). Debo admitir que al principio este Dani me causó gracia, pero una vez que pasó el tiempo y pude conocer un poco más de su historia me dio ternura.
Dani había nacido con una especie de locura incurable, de esas que no se quitan con psicofármacos ni internaciones, de las que estás medio tiempo en la Tierra y medio en algún planeta desconocido. Para el caso, no me preocupaba porque en verdad era inofensivo.
Trabajaba en el supermercado chino de la esquina llevando bolsas de mercadería a los clientes y de vez en cuando le hacía algunas diligencias al tintorero, también chino, que siempre le daba un té con vainillas. Extraña combinación. Cada vez que nos cruzábamos me saludaba e instantáneamente bajaba la mirada y salía disparado en sentido contrario.
Una tarde fuimos con H, una de mis más intimas amigas, a comprar vino para mi cumpleaños de 27. El supermercado estaba vacío, raro porque generalmente estaba repleto de gente. Buscábamos un vino rico para completar el arsenal de bebidas alcohólicas que nos esperaban para festejar lo infestejable (mis 27 fueron tristísimos, duros y tristísimos) hasta que H, medio riéndose y medio sorprendida me dijo: “Che…N…no te quiero asustar pero detrás de la góndola de galletitas hay un tipo que nos está espiando. Date vuelta disimuladamente…”. Y sí, era Dani que se escondía no sé muy bien de que, lo cierto es que cuando me miró salió corriendo como si hubiera visto al diablo.
Después de eso, no lo vi por un tiempo hasta que volví a cruzarlo cerca de la estación. Llevaba unas bolsas con verduras y caminaba, como siempre, muy rápido detrás de una señora gorda de pelo blanco que le gritaba a su perro “¡salí de ahí! ¿qué te dije, che? ¡salí de ahí carajo!”.
Nunca entendí bien que le pasó. Desde esa tarde no volvió a saludarme. Es más, cada vez que me ve sale corriendo. A veces me preguntó que pasará por su cabeza. Qué habrá visto en mí. Algún día antes de irme del barrio voy a preguntárselo.

3 comentarios:

Trina Rios dijo...

wow.. es muy raro y a la vez normal lo que te ha pasado con Dani por su condición, es una lastima supongo que ya no pueden hacer nada por el, estas personas dan cosita pero suelen ser muy tiernas..

A dijo...

Me gustaría hacer una reflexionó a tu frase del día,el sufrimiento no es opcional el sufrimiento aparece cuando somos conscientes de que estamos en este mundo mas o menos a los 26-27 años y se incrementa cuando vas llegando a los 30 y a los 33-34 es insuperable.......
Un saludo de Morris.

Ninna Salusso dijo...

jajajjaj....puede ser!