Aterricé en casa por obligación. En la mano tenía la bolsa turquesa repleta de cosas de la oficina: el mate, mis dos agendas, un tapper, el anotador naranja, el grabador y tres casettes.
Tiré la bolsa sobre el sofá del pasillo.
Mi madre me miró. Sabía que las cosas no andaban bien, pero no hizo falta decirle nada.
Abrió la bolsa y cuando vio su interior supo que mi estadía en ése lugar había terminado. "Quedáte tranquila. Todo va a estar bien", dijo y me abrazó fuerte como sólo ella sabe hacer.
Salí al jardín y mis perros corrían de un lado para el otro. Esa imagen trajo a mi memoria un momento de mi infancia: cuando bajaba del micro escolar y mi madre me recibía con la leche caliente y las medialunas.
Tuve ganas de volver.
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