sábado, 10 de mayo de 2008
Sin censura
Toma un cigarrillo, lo prende y se lo lleva a la boca. Mis ojos, como si fueran una especie de cámara registradora, siguen todos sus movimientos. Pita, mira para arriba, pone su cabeza de costado hasta que larga una bocanada casi perfecta.
Anoche, justamente le confesé que me gustaba verlo fumar. Su respuesta fue una mordida de labios y una sonrisa. Sublime, por cierto.
Mientras tomábamos un trago en el lugar de mesas color naranja tomó mis manos, las miró detenidamente (porque él es muy observador) y dijo que eran hermosas.
Yo odio mis manos y por eso suelo esconderlas. Las meto en los bolsillos del jean, por debajo de las mangas de las poleras, las tapo con guantes, me cruzo de brazos, las coloco entre mis piernas o por debajo de ellas. Cualquier cosa por no mostrar mis manos.
Sin embargo, anoche, cuando comentó que le parecían bonitas debo confesar que las ví con otros ojos y por un segundo pensé: “Eh, no son taaaan feas”.
Hablando de manos también dijo que teníamos que hacer guantes. Mi respuesta fue: “Cuando quieras. Te voy a hacer m….”, y a eso le sumé el vaivén de mis puños. Una respuesta poco femenina, lo sé. Es que tenía que sonar convincente. No soy “La Tigresa” Acuña, pero debo decir que tengo buena técnica. Por lo menos, eso dijo mi profesor. El único problema es que no podría pegarle o hacer qué le pego. Me inspira mucha ternura. Debe ser su mirada.
Él dice que tengo cara de perrito mojado cuando miro. Supongo que será verdad porque ya lo han dicho en otras oportunidades, pero él también tiene cara de perrito mojado. Cada vez que me mira me gusta más. Cada vez que se lleva un cigarrillo a la boca me dan ganas de decir “aplausos, por favor”. Y ni hablar de cómo canta.
La primera vez que lo ví fue en la casa de un amiga en común. Esa noche lo escuché por primera vez. Quedé muda ¡Y mirá que hay que conseguir callarme! Lo mismo sucede ahora. Cuando canta (aunque él no me ve) cierro los ojos y entro en una especie de viaje sin regreso.
La verdad es que nos estamos conociendo. De a poco, con prudencia. No queremos que nada obstaculice nuestros objetivos. Dicho así, suena contradictorio porque después de todo lo que escribí suena un tanto difícil manejar los sentimientos con moderación. Sobretodo para gente como yo: impulsiva, ansiosa, super-hiper sentimental y con el corazón servido en bandeja. Peor aún si la persona que tengo enfrente de mí fuma,mira, habla y canta de esa manera. Se complica.
Cuando íbamos hasta el auto (mujeres argentinas debo informarles que todavía existen hombres que abren las puertas de los autos) le confesé que venía reprimiéndome con el tema de los post en mi blog. “Por favor, no lo hagas. Sería terrible que no escribieras por temor a que yo piense tal o cuál cosa”, dijo. Subí pensando en que, hoy, iba a postear esto y mientras él pasaba por delante del auto supe que también me gustaba su forma de caminar.
¿Qué? ¿Estoy complicada? ¿Demasiadas confesiones? ¿Soy vulnerable? No lo sé. O quizás sí. Se siente bien. Son como esos días de festejo, alegres, con sol y mariposas en el jardín ¿Me estoy volviendo re cursi? Sí. Un cisne, como dice una amiga. No me preocupa. No tanto como lo que puede provocar este estado de boludez total en el que me paso las 24 hs del día colgada de una palmera imaginando que estará haciendo, que pensará, que comerá, etc.
¿Algo peor? Tenía que pasar la prueba de fuego. No sólo sacó ventaja, sino que me dejó pensando, toda la noche, en ese beso.
Si algo faltaba para que me guste, aún más, era “il primo baccio”.
Y así fue. No esperaba menos. Besarlo fue dar un paseo por las nubes.
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