domingo, 15 de junio de 2008
Instrucciones para llorar
De uno de los libros legendarios de Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas, Manual de Instrucciones.
Porque la semana pasada me tomé el trabajo de seguir cada uno de los pasos que enumera el autor argentino, en este escrito, y porque los días nublados y fríos de este invierno invitan a llorar con más ganas.
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza.
El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro.
Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto.
Duración media del llanto, tres minutos.
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2 comentarios:
Sin negar que un patio cubierto de hormigas, un golfo del estrecho de Magallanes en el que no entra nadie, nunca, o la búsqueda, infructuosa, de algo que uno quiere mucho pueden provocar que las lágrimas afloren, Salusso, le recomiendo que invierta su tiempo en cosas más provechosas, como ser la práctica de la sonrisa. Para ello, no tiene más que entrecerrar los ojos, subir las comisuras y mostrar, de forma parcial, algunos dientes, pueden ser los de adelante.
Si todo esto no funciona, si no puede, o se empeña en seguir las instrucciones de Cortázar, que no por bien escritas son las mejores para el ánimo, trate mirándose al espejo mientras llora. Le aseguro, no lo juro aunque asevero con énfasis, que, al verse así, lagrimeando ridícula, sonreirá, mas no sea unos segundos.
Una vez completada esta etapa, las lágrimas recorriéndole las mejillas, una sonrisa boba, no sabía que ponía esta cara de idiota al llorar, sentirá, primero en los labios, luego suave en la lengua, un leve gusto salado, un gusto que, tenue, le recordará medialunas de manteca, ésas que tienen, en la parte de arriba, una delgada capa de sal, efímera, que se diluye en el café con leche.
Qué piacere leerlo. Aquí, allá, por dónde quiera que esté.
Sin duda, las palabras son su gran fortaleza.
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