martes, 23 de noviembre de 2010
Simplemente no te quiere
Confundí sus espinas con rosas y no supe ver lo que sus palabras querían decir en realidad. El mensaje era claro, sólo que yo, obstinada y corajuda, insistí hasta chocarme con la verdad. Jugué el juego del “te quiero”, y me aferré a su espalda porque era la más parecida, y me sostuve. Me colgué de ella como solía hacerlo en aquellos días, pasé mi mano por su hombro, apoyé mi cara contra su espalda y cerré los ojos. Tantos meses, tantos meses y tantos meses.
Me acerqué a su cuerpo para no sentir el frío del invierno, y, una vez más, me abracé a su espalda. Una y otra vez, una y otra vez. Las noches pasaron y con ellos los días, y sin darme cuenta me sentí invencible. Me creí el guión y compré todos sus personajes. A tal punto, que hasta los premié. Parecían sinceros y se veían muy lindos. Es que me olvidé que eran personajes y me creí su ficción. A pesar de esto, seguí agarrada a su espalda y, en más de una ocasión, hice fuerza para no caerme, pero me caí, Y Como era de esperar, caí sola. Es que confundí el sol con la luna y creí que había un lugar para mí en los dos. Equivocada estaba, ¿No había un lugar para mí en su mundo? Y así seguí. Caminé sin dirección intentando entender lo que pasaba. Me culpé varias veces por no poder hacerlo, por no poder lograrlo. Me tildaron de “mendiga del amor” y me dijeron que era difícil soportar mi situación. Es que se ve que nadie quiere acompañar a una persona que sufre por un ser querido. Es demasiado, me dijeron, y creí encontrar las respuestas a todas mis preguntas. Caí en la cuenta de lo errada que estaba y de que había confundido sus ojos con las estrellas que descansan en el cielo y, como siempre, me perdí.
Me quedé con las manos llenas y el alma vacía. Con la certeza de que, una vez más, nadie quiere mi amor.
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