Era uno de sus días en Alicante. Para hablar con más precisión: su día libre (cuando todavía tenía trabajo).Esa tarde decidió salir a caminar. No había mucho por hacer. Un par de horas atrás Roberto, el dueño de una pizzería argentina, la había despedido por no que no había querido lavar los platos. Así que viendo que su futuro económico corría peligro fue en busca de un trabajo digno, donde le pagaran lo que se “merecía”. En pocas palabras: nada de lavar platos, poco esfuerzo y si es posible una paga que incluyera una buena cantidad de euros. Antes de salir, Lua puso su cámara en un bolso.
Después de caminar un rato largo por las calles de la ciudad y sin encontrar un curro digno, (como dicen los españoles) se sentó en una escalera que daba a la puerta de un bar. Lua tenía la boca seca. Había pasado más de tres horas sin tomar agua. No tenía dinero. Mejor dicho, ahora que no tenía trabajo debía cuidar su ajustada economía. Así que desde la escalera del bar hizo algunos videos intentando olvidar su sed.
Luego, entró al Desdén "el cuartel general" como lo llamaban ella y sus amigos. El Desdén era el bar de reunión. Lua se acercó hasta la barra para ver si estaba Ángel, uno de sus amigos. Confiaba en que este muchacho pudiera darle algo para tomar. Parece que no era su día de suerte: Ángel no estaba. Así que subió al baño y cuando salió del Desdén se sentó, nuevamente, en las escaleras a mirar los videos que había hecho ese día. “Buen plan”, pensó.
Mientras se reía sola de las imágenes que había tomado un hombre se sentó al lado. “Moisés”, dijo y le pidió que lo filmara. La joven, quién hacía más de tres horas estaba sola, sin trabajo, con sed y aburrida, accedió sin dudarlo. “Habla muy gracioso.”, pensó. “No puedo dejar de filmar esto”.
Moisés tenía los dientes blancos como la nieve. Su piel morena y su aspecto daban cuenta de que su proveniencia sería de algún lugar de África o, quizás, de alguna isla caribeña. El punto es que Lua no podía discernir su origen ya que su acento era raro. Mejor dicho, se notaba que Moisés había tomado unas cuantas copas antes de sentarse con ella.
Luego de una charla la invitó a tomar algo. Moisés no estaba sólo. Su “hermano” (así lo llamó él) lo esperaba adentro del bar. Lua no lo dudó. “Por su puesto, acepto”, le dijo. No podía rechazar la invitación ya que se moría de sed y, además, lo consideró un momento único de ésos en los que cuando uno está de viaje no puede ni debe desaprovechar.
Entraron al bar. En la mesa del fondo estaban “su hermano” y su abogado español alicantino. Un tipo delgado como un escarbadientes, de pantalón y camisa a cuadros, anteojos de marco negro bien grueso y con un nerviosismo constante. Lo que en la jerga actual se denominaría como un “autentico Raro”. Al rato, por ciertos indicios que dieron durante la charla, Lua dedujo que tanto Moisés como “su hermano” venían de Guinea Ecuatorial. La ronda de cervezas comenzó, en cambio Lua fiel a su estilo pidió un café. Ella había logrado su objetivo: tomar algo y gratis. Mientras bebía un sorbo de café pensó: “Las ventajas de vivir en modalidad de viaje”. Por su parte, Moisés le contó que quería comprar un bar que quedaba a una cuadra y esperaban a que se hiciera la hora de la cita que tenía con el hermano del dueño. Ése era el motivo por el cual su abogado estaba ahí y también Alex, “su hermano”. “¿En calidad de qué?, pensó Lua y prendió un cigarrillo.(Cada vez que ella piensa algo,prende un cigarrillo).
Aunque la compra del bar le sonó un tanto extraña aprovechó la oportunidad para contarles que estaba buscando trabajo y les comentó que si se efectuaba el negocio podían contratarla como mesera. Ellos respondieron con un sí rotundo. Lua dudó al instante. Nunca les creyó.
Las cervezas seguían desfilando. Moisés estaba cada vez más borracho. No paraba de moverse y de gritar. Finalmente, se hizo la hora del encuentro de Moisés, Alex y el abogado con el dueño del bar. Para sorpresa de Lua, la invitaron a ir con ellos. De hecho, le insistieron. Ella, obviamente, aceptó una vez más.
Caminaron una cuadra y entraron al otro bar. Se sentaron todos en una mesa redonda de madera que estaba ubicada en una especie de cuarto al final del pasillo. En la mesa estaban :el hermano del dueño del bar, Moisés, el potencial comprador, José, su abogado, Alex, su hermano-amigo y... ¡Lua!. ¿Qué hacía ella en ése lugar?. ¡En medio de una reunión de negocios con dos negros de Guinea, un abogado alicantino y un supuesto dueño de un lugar del cual ella no tenia idea siquiera que era lo que se estaba vendiendo!.
La situación se tornaba cada vez más delirante. Moisés, a esa altura muy borracho, le decía a ella y a Alex que fueran a recorrer el lugar y que opinaran a ver que les parecía; mientras tanto él intentaba negociar con el hermano del dueño. A todo esto, una discusión tremenda se armó: el hermano del dueño no quería hacerse cargo de los gastos del bar. Moisés hablaba por teléfono con el dueño real del lugar intentando bajar el precio del mismo. Lua veía la situación y pensaba: “Una incoherencia tras otra. ¿Qué hago acá?”. Moisés elevaba, cada vez más, su tono de voz. El abogado, quién supuestamente estaba ahí para fijar las cláusulas del contrato, se mantenía totalmente al margen de la situación como si la venta le importara literalmente un huevo. Es más, miraba a Lua con cierta complicidad como si ella, realmente, formara parte de la negociación. Alex no hablaba. Permanecía callado como si tuviera un corcho en la boca.
Finalmente, la transacción concluyó. Lua nunca supo en que había quedado y mucho menos que era lo que se estaba negociando. Todo era muy confuso. Para cerrar el “trato” Moisés le pidió, mejor dicho, obligó al hermano del dueño que les sirviera algo de tomar tanto a Lua como a los que estaban allí presentes. “Chupitos”, gritó mientras caminaba hacia el baño tambaleándose. Una vez más, Lua estaba tomando algo y ¡gratis!.
Luego, salió del bar desconcertada. La situación había sido muy rara: negociaciones, gritos, palmadas en la espalda, miradas cómplices, un lugar que no sabía si existía, chupitos de por medio y ella en el medio de todo esto. Caminó hasta su hotel. Entró al cuarto. Se tiró en la cama. Estaba mareada. No podía parar de reírse de la situación. Quiso contárle a sus amigas lo que había vivido así que salió, del hotel rumbo a una cabina telefónica. Había hecho tres cuadras cuando de pronto alzó la vista y vio a Moisés y a “su hermano” sentados, otra vez, en el Desdén. Ambos tomaban cerveza. Lua pensó en eludirlos y dirigirse directamente a la cabina. Sin embargo, siguió caminando por ésa cuadra hasta que Alex le hizo señas para que se acercara.
Finalmente, Lua volvió a sentarse con ellos. Ordenaron otros “chupitos”. Mientras miraba contenta su vaso de cerveza , pensó una vez más: “Las modalidades de vivir de viaje”.